Reflexiones para tí.

Nadab y Abiú

Pero Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario y, poniendo en ellos fuego e incienso, ofrecieron ante el Señor un fuego que no tenían por qué ofrecer, pues él no se lo había mandado. Levítico 10:1.

No fue por falta de conocimiento ni de oportunidad. No solo eran los elegidos por Dios para continuar con el sacerdocio en el pueblo de Israel, sino también ¡vieron a Dios! (Éxo. 24:9). Seguramente, no había N en Israel -dejando de lado a los dos líderes máximos, Moisés y Aarón- nadie que fuese tan honrado y respetado como Nadab y Abiú.

¿Cómo caer desde tan alto? ¿Cómo jugar con aquello que sé que es santo? ¿Cómo no obedecer lo que Dios ordena enfática y claramente? Las preguntas también sirven para nosotros.

Nadab y Abiú sabían perfectamente qué era correcto y qué no. Sin embargo, tomaron sus respectivos incensarios, como lo hacían cada día, y colocaron fuego extraño. Es muy difícil de entender.

Ellos fueron preparados para ser los líderes espirituales del pueblo. Ellos estaban vestidos con las vestimentas especiales que Dios mismo les había mandado confeccionar. Ellos estaban en el lugar más sagrado de la tierra. Nada de eso importó. Simplemente, tomaron fuego extraño y se presentaron ante Dios. El Señor no dará por inocente a quien juegue con su Nombre. No dará por inocente a quien no respete lo que es santo. La reacción divina puede demorar un poquito más o un poquito menos, pero será tan contundente como lo fue con Nadab y Abiú, sin atenuantes.

Cuando nos presentamos ante el Dios del universo, no podemos hacerlo apoyados en nuestro linaje (ni familiar ni espiritual). Que tu abuelo, tu padre o tu tío sea (o haya sido) un hombre de Dios, no te libera para llegar hasta él de cualquier manera. La salvación es individual, y de esa forma nos presentaremos delante de Dios.

Cuando llegamos delante del Dios todopoderoso y santo, no podemos hacerlo jugando con cosas profanas como si fueran santas. Cualquier fuego no es el fuego que Dios acepta. Cualquier música no es la música que Dios acepta. Cualquier culto no es el culto que Dios acepta. Lo santo es santo y lo que no lo es, no tiene ningún lugar delante del Señor del universo.

Sin duda alguna, Nadab y Abiú lo sabían. Ahora, tú también.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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